Escapamos al Sur


Cortes de la frontera, 26 y 27  de diciembre

26: Madrid-Setenil de las Bodegas-Ronda
27: Ronda-Cueva de la Pileta (Benaoján)-Cortes de la Frontera

Son las 19,30. Del 27 de diciembre, segundo día de nuestra “escapada” navideña.

Ayer nos recorrimos 555 km hasta nuestro primer destino, Setenil de las bodegas, curioso pueblo donde las casas se han adaptado a la forma de las rocas y han sido construidas  aprovechando su cobijo y protección.

Hemos puesto “tierra de por medio” a ver si la tristeza se quedaba también a más de 500 km de distancia. Y es que, si no pasa un día sin acordarme de mi madre, la noche del 24 fue especialmente dura. Perderla hace tan solo cuatro meses ha sido y es muy duro, pero en mi caso si bien era consciente de su edad y de que no iba a vivir eternamente, su buen estado en todos los sentidos, sus ganas de vivir e ilusión,  no me hacía presagiar que su pérdida iba a llegar a tan pronto. He pasado de sentir su eterna protección a una sensación de desamparo que llena todos los días de mi vida. He perdido a la persona que más me ha querido porque el amor de una madre es incondicional y atemporal y ahora me siento desvalida, sola, desamparada y ese sentimiento se hace un poco más duro porque he de cuidar y proteger a mi padre, que se siente aún peor que yo.

Así, egoístamente, quería dejar atrás mi pena y tristeza. Y en estos días, lo conseguí.


Pero regreso a Setenil, donde estuvimos paseando por dos de sus calles por las que se alinean las casas construidas aprovechando el abrigo de las rocas. La más cercana y visible desde la carretera, discurre paralela al río y es donde quizás se reúne el conjunto más curioso y espectacular, aunque siguiendo esa misma calle  encontramos más viviendas construidas  aprovechando el abrigo de las rocas aunque al ser éstas de menor tamaño resultaba  menos espectacular.  Y al otro lado del río una calle donde una impresionante roca “techaba” parte de ella  amenazando  casi con caer en medio, despierta nuestra sorpresa. Más que curioso lugar  al que merece la pena dedicarle unos minutos.

Sin más que destacar pusimos rumbo hacia Ronda para pasar la noche. Pero el sitio anotado para la pernocta, un casi céntrico aparcamiento, estaba completo  además de parecernos difícil maniobrar dentro. Así  nos quedamos frente a una calle de dirección prohibida y la de salida a nuestra izquierda resultaba muy estrecha, por lo que decidimos dar la vuelta y alejarnos del centro de la población.

Encontramos un lugar más que adecuado a las afueras, antes de una gasolinera de Cepsa y nada más pasar una rotonda, en una urbanización. Un sitio plano y muy tranquilo donde al parecer y según nos dijeron algunos vecinos, no había problemas de aparcamiento. (36.7538161N; 5.1707418O).

De la noche únicamente destacar  el fuerte viento que se levantó. A la mañana siguiente hicimos un pequeño cálculo aproximado de la distancia a la que estábamos del casco viejo de Ronda, o hasta el Puente Nuevo  cerca del cual se acumulaban los lugares de interés turístico: unos 2 kilómetros, que sumados a los de vuelta hacían 4, más los que camináramos  por el casco. Así que decidimos acercarnos un poco. A través del google eart había localizado un aparcamiento al otro extremo de donde estábamos y allí nos dirigimos. Atravesamos la ciudad  dejando muchos huecos libres a lo largo de la avenida principal, Virgen de la Paz, un poco antes de la plaza de toros, -quizás por ser domingo-   para no encontrar el lugar ni ningún sitio disponible para aparcar, así que decidimos retroceder para ocupar alguno de los que habíamos visto a la entrada.

Nos aseguramos la salida dejando suficiente espacio delante –aun temiendo que se fuera el que estaba y uno de mayor tamaño ocupara ese espacio- y nos dispusimos a pasear por la ciudad

En la plaza de toros entramos en la oficina de turismo donde nos hicimos con un plano decente y menos mal, porque en el que yo llevaba, sacado por internet, no se veía el nombre de las calles,  y comenzamos nuestra visita.
Tras  asomarnos al impresionante abismo que el Puente  Nuevo dejaba a nuestros pies y que el río Guadalevin ha excavado pacientemente, y tras atravesarlo, nos dirigimos por nuestra derecha hacia un mirador desde donde poder contemplar esta impresionante obra de ingeniería  de casi 100 metros de altura y que conectó dos partes de la ciudad permitiendo su expansión. Fue  comenzada en el siglo XVIII y su construcción, en su segundo intento ya que el primero  fue fallido, duró más de 40 años.


 Descendimos por un camino mal conservado  y en considerable pendiente hasta acceder a un punto que quedaba casi frente al puente y desde donde se podía contemplar toda su grandiosidad, aunque hay que señalar que no es un mirador, si no un  trozo de terreno pisoteado por los turistas desde donde se tienen estas bonitas vistas. Pese a que era pronto, multitud de turistas, en su mayoría orientales, se hacían fotos y selfies con el puente al fondo.



Después nos perdimos por su  solitarias callejuelas donde se respiraba un profundo “tipismo andaluz”: estrechas calles a las que se asomaban fachadas encaladas de un blanco inmaculado con grandes ventanas pintadas de vivos colores alrededor y con hermosas rejas de las que colgaban geranios que aún conservaban alguna flor, y silencio…

Disfrutando del momento y del marco, nos encaminamos al palacio de Mondragón, que aunque museo, -por los que ya he confesado que siento muy poco interés, aunque innegablemente lo tengan- presentaba el atractivo de su particular arquitectura.

Había leído que es el monumento civil más significativo de Ronda. Y no me decepcionó. Tiene varios patios, todos muy hermosos pero el que resulta especialmente bello es el más cercano al precipicio del que está colgado, teniendo que traspasar una triple arquería para acceder a él y siempre sin perder de vista la sierra que se recorta a lo lejos en el horizonte.  Realmente por disfrutar de ellos merece ya la pena dedicarle un poco de tiempo.




Desde aquí y perdidos por un laberinto de calles franqueadas por encaladas casas con sus enrejadas ventanas, limpias, silenciosas, acogedoras, llegamos a la iglesia de Santa María la Mayor  y ya desde aquí, buscamos el hermoso minarete de San Sebastián.

Continuamos por la Casa del Gigante, cerrada, para tras cruzar lo que parecía la arteria principal, detenernos ante la fachada del Palacio de los Marqueses de Salvatierra, también cerrada, para contemplar su curiosa fachada con sus figuras, dos masculinas que sacan la lengua y otras dos femeninas que se cubren pudorosamente sus genitales.  
Casi frente a ella encontramos  la Casa del Moro, prácticamente en ruinas, pero no así sus renombrados jardines, interesantes pero no más hermosos que los del Palacio de Mondragón. Lo que sí nos sorprendió fue  la mina de captación de agua de origen árabe. Es una compleja obra que desciende al fondo del tajo por donde discurre el río y que se construyó aprovechando una grieta vertical de la roca. Una escalera tallada en ella de más de 200 peldaños nos desciende de forma casi vertical 100 metros hacia el fondo. A lo largo de ella se pueden observar estancias, aljibes, habitaciones,  que fueron en su día utilizadas como polvorín y  depósito de grano.

En principio me resistí a descender hasta el fondo.  La pereza me vencía al haber leído lo de los “200 peldaños”. Pensé en bajar un poco para después regresar, pero Angel, como siempre, dijo que él sí descendía y yo, como siempre, no me pude resistir. Y tengo que decir que una vez más tenía razón y fue más el pensarlo que el hacerlo. Supongo que ayudaría mucho la poca gente que había y que hizo muy cómodo tanto el descenso como el ascenso.   


En muy poco tiempo nos encontramos en el mismo río y contemplar el profundo corte con sus paredes verticales a ambos lados  donde la luz llega con dificultad, es un espectáculo que justifica el esfuerzo. Ahora tocaba el ascenso, lento y alto duro ya que algunos de los escalones tienen una considerable altura, pero me reitero en que el esfuerzo merece la pena.

Una vez arriba y en el exterior, continuamos nuestro descenso por las tortuosas calles de Ronda hasta los baños árabes, dejando atrás el arco de Felipe V y las vistas sobre las murallas árabes.

Junto al río encontramos estos baños, por tanto, en la parte más baja de la ciudad y me descomponía pensando en que luego tenía que ascender todo lo que había bajado. Pero ya había leído que eran los mejor conservados de toda la península, así que no dudé por un instante que su visita era obligada. Y realmente pudimos comprobar que su estado de conservación era excelente. Se remontan al siglo XIII o XIV estructurándose en tres zonas fundamentales: baño frío, templado y caliente. La sala central, la del baño templado es la de mayor tamaño con tres cuerpos separados mediante cuatro pares de arcos de herradura sobre columnas de ladrillo y piedras que sostienen bóvedas de cañón con hermosos tragaluces en forma de estrella por donde penetra la luz. Conserva también un área de calderas donde se calentaba el agua. Realmente hermosos e interesantes.

 Atravesamos el rio de nuevo por el puente árabe desde donde pudimos contemplar unas inmejorables vistas sobre el puente viejo y tras ascender hasta la fuente de los  ocho caños, atravesamos el puente viejo para subir de nuevo a la parte alta de la ciudad por donde habíamos descendido hasta llegar a su arteria principal.

Y dimos  por concluida nuestra visita a esta ciudad, no sin antes perdernos por alguna de sus populosas calles, que en domingo y a las 13,30, hora del “pinchito”, estaban cuajas de gente y animación. Y al llegar a nuestra autocaravana comprobamos el “sentido común” de un vecino que había aparcado dejando una distancia tan escasa entre su vehículo y el nuestro que si no lo hubiéramos previsto y dejado suficiente espacio por delante, seguramente no habríamos conseguido salir. No es la primera vez que nos pasa que los propietarios de los turismos no son conscientes de que nuestros vehículos, por sus dimensiones, necesitan un espacio mayor que el de cualquier otro para salir de un aparcamiento en línea.

Una vez fuera sin mayores dificultades, pusimos rumbo a la Cueva de la Pileta en Benaojan (http://www.cuevadelapileta.org/) a donde llegamos a las 14,30 horas. Comimos, descansamos un poco y unos 15 minutos antes de las cuatro, hora de apertura de la cueva, nos dirigimos a la entrada; pero antes de dar con ella tuvimos que asumir la ascensión de una empinada pendiente que se salvaba con unas escaleras de piedra. Arriba nos encontramos ya un nutrido grupo de unas 12 o 15 personas que esperaban su apertura

Los grupos son de un máximo de 25 personas y las horas de entrada no son fijas dependiendo de que se consiga formar un grupo con un número suficiente y los fines de semana no se puede reservar. La visita dura una hora. Y a las 16.00 h en punto accedimos a la cueva. Cada dos personas nos dieron un farolillo ya que la cueva carece de cualquier tipo de iluminación lo que para mí es un valor añadido  al margen de contribuir a su mejor conservación.

Lentamente nos adentramos en un mundo mágico, de  hermosas formaciones geológicas, colores, luces y sombras que creaban un ambiente único y por el que nos deslizábamos suavemente aunque sin dejar de prestar atención a cada uno de nuestros pasos, ya que el suelo en muchos sitios era muy deslizante.
Imagen de Internet

Imagen de Internet.
Pero lo más interesante de ella no son sus formaciones geológicas, si no sus pinturas. Los restos de esta cueva denotan que fue ocupada  por diversos grupos. Aparecen zonas ennegrecidas por el humo de hogueras y  se han encontrado algunos huesos así como restos de cerámica. Pero son sus paredes las que me fascinan. De la mano de nuestra joven guía podemos distinguir figuras como cabras, caballos, cérvidos, bóvidos y marcas cuyas interpretaciones son múltiples. Y la que me sorprende más, la de un enorme pez de casi metro y medio de longitud. Es única y especial. Aunque  nuestra guía nos dice que hay muchas más  pinturas que no nos puede mostrar por que el tiempo es limitado.

Me llama la atención que el grupo tenía el mismo número de turistas nacionales que extranjeros y como no, tuve que preguntar sobre esto y muchas cosas más hasta satisfacer mi curiosidad. Tenía que aprovecharme de la ventaja que me daba el idioma, lo que no puedo hacer cuando visito lugares similares en otros países.

Así me dice que curiosamente recibe más visitas de turistas extranjeros que nacionales sin saber como o de dónde podían extraer la información, pero me llego a contar que algunos la habían dicho que estas pinturas aparecían en sus libros de texto. Más que llamativo este dato y en la misma línea de que no sabemos ni apreciar ni explotar lo que tenemos delante de nuestras narices. También me dice que la titularidad de la cueva es privada pero que la Junta de Andalucía quiere expropiarla aludiendo que está mal conservada. En cuanto a esto último mi opinión es que quizás podría estar mejor sustituyendo, por ejemplo, las vallas metálicas por paneles de cristal, lo que mejoraría su aspecto, añadir una tenue iluminación de leds así como mejorar también todo el sistema de “pasamanos”, pero esto mismo también contribuiría a su degradación a no ser que se hiciera con extremo cuidado y se limitaran las visitas. Si comienza a ser invadida por hordas de turistas sin control, como, por ejemplo, las cuevas de Nerja, sería el comienzo de su fin. Y quizás los años me van enseñando que si hay algo que funcione y haciendo pequeñas modificaciones se corre el riesgo, por pequeño que sea, de empeorarlo, mejor dejarlo como está. Y sobre todo si las decisiones sobre aspectos técnicos en cuanto a conservación deben ser tomadas por políticos en vez de por personal cualificado. Aproveché también para preguntar si sigue siendo objeto de estudio, lo cual me confirmó, pero añadiendo que siempre son grupos o entidades privadas y nunca por parte de organismos públicos. También me aportó información sobre la fascinante fauna de la cueva que incluía especies endémicas. En fin, mucha información para satisfacer mi siempre sana y a veces insaciable curiosidad.

Cuando salimos un grupo de unas 7 personas esperaba para entrar, pero la hora -que pasaba 15 minutos de las 17,00- no les permitió la visita. Curiosos nos preguntaron y cuando les confirmamos que merecía la pena, afirmaron que volverían otro día con tiempo. Como los fines de semana no admiten reservas, sugiero asegurar su visita no dejándolo para última hora, porque a mi juicio, es muy interesante.


Pusimos rumbo a Cortes de la Frontera, donde nos encontramos ahora, junto a un complejo deportivo y un hotel abandonado (36.6535382 N; 5.2810152 O) un lugar tranquilo, plano y con hermosas vistas. Y dando una vuelta al anochecer nos dejamos sorprender por su más que original decoración navideña ya que ésta estaba realizada con elementos reciclados: botellas de distintos tamaños y formas, enteras, pintadas, cortadas en trozos …Con ellas había formado flores, estrellas y hasta un árbol de navidad confeccionado con trozos recortados y un ángel de metro y medio. La imaginación al poder.


 Los vecinos nos dicen que como no había dinero lo habían hecho en un taller del pueblo en el que participaban los vecinos, principalmente mujeres. Enhorabuena por su originalidad, su belleza y su trabajo. Angel comentó que aunque sólo fuera por ver esto ya merecía la pena visitar el pueblo.  Y aquí estamos, a las 20,30 horas, arropados por la noche, disfrutando de la paz del lugar, cansados ya y esperando para cenar y acostarnos a leer tranquilamente.

Grazalema, 28 de diciembre.

Cortes de la Frontera-Ubrique-Benacoaz-El Bosque-Grazalema

Noche estupenda y muy tranquila. Lo primero que hemos hecho es acercarnos a una casa cercana donde vendían quesos artesanos y nos hemos hecho con uno de cabra, no  de la raza originaria de esta zona, payoya, sino de otra normalita aunque la vendedora nos avisa de que hay demasiada literatura al respecto ya que como la demanda supera la oferta, venden queso hecho con leche de cabra de otras razas como si fuera de payoya, aunque añade,  “es buena gente”. Ella dice que la leche no depende de la raza del animal, si no de su alimentación y nos comenta que sus quesos han sido premiados así que confiamos y salimos con un hermoso queso de cabra debajo del brazo y ponemos rumbo a nuestro primer destino e hoy: Ubrique.

La carretera de un firme penoso  nos obliga a circular a no más de 40-50km/h,  pero es que el paisaje tampoco invita a ir a mayor velocidad si se que quiere disfrutar de él. Circulamos entre alcornoques que por el color rojizo de sus troncos parecen haber sido despoblados de su corteza recientemente y este intenso color resalta sobre el verde  del bosque y negruzco del resto del tronco. Algunos tienen una considerable envergadura lo que nos hace pensar en su longevidad. Los alcornoques se intercalan con encinas y olivos y según ganamos altura, el olivo desaparece para dar paso a más encinas y a robles. Y por esta retorcida carretera llegamos a Ubrique,  pero debemos tener anotadas mal las coordenadas del área, recientemente inaugurada, así que nos vemos obligados a continuar atravesando la localidad para aparcar en línea en plena calle, curiosamente y como supimos después de la mano de un policía local, a escasos 200 metros del  area de autocaravanas.
Intuitivamente nos dirigimos a lo que pensamos que sería el casco antiguo de Ubrique que resultó estar justo al otro extremo de donde habíamos aparcado y…”hacia arriba” ¡qué novedad!.  Dimos con una ancha calle comercial peatonal cuajada de gente que iba y venía o que tranquilamente disfrutaban en sus terrazas de un tentempié.  Calle que desembocó en otra  perpendicular donde encontramos una oficina de turismo  donde nos informaron brevemente y nos situaron en un plano de tamaño decente.  En este plano señalamos las calles del casco que había leído que resultaban más interesantes, como la del Caracol  y la del Caracolillo, la Plaza del ayuntamiento y el Peñote, así que guiados por nuestro mapa seguimos subiendo hasta descubrir la playa del Ayuntamiento y la cercana y encantadora plaza de las verduras. 

Desde aquí fuimos trepando por un laberinto de callejucas estrechas, de paredes inmaculadas, retorcidas y muy bonitas. Encantadoras sería también otro calificativo que las podría describir. La gente, pese a estas fechas y gracias a la buena temperatura, salía de sus casas en bata charlando con la vecina de al lado y los fondos de saco de algunas calles, eran tan pequeños  que permitían incluso tener una mesa a modo de patio algo “particular”.  


En nuestra marcha adelantamos a señoras que penosamente escalaban las calles cargadas con sus bolsas de la compra, otras regaban sus tiestos o hablaban entre sí. Conversaciones familiares que salían por las ventanas o puertas abiertas de sus casas, el olor a leña,…todo contribuía a crear una atmósfera deliciosa. 
Atrás dejamos la calle del Caracol y Caracolillo, avistamos el peñasco incrustado en los muros de una vivienda  y llegamos a la parte superior, a un mirador desde donde disfrutamos de un “mar de tejados”, todos iguales, sencillos, armoniosos, con sus encaladas paredes. Descendimos después para regresar por donde habíamos venido, la calle peatonal que hervía de gente que iba y venía hasta llegar a nuestra autocaravana no sin antes comprar algún dulce típico y pan. 



Dejamos Ubrique atrás para poner rumbo a Benaocaz donde leí que el barrio nazarí estaba declarado Conjunto Histórico.

Una tortuosa carretera nos lleva a esta pequeña localidad. Dejamos la autocaravana en un pequeño aparcamiento a la entrada donde solamente cabrían tres ó cuatro coches y, sorpresa, de nuevo a escalar calles empinadas, flanqueadas por encaladas fachadas a las que se abrían ventanas enrejadas hasta llegar a la parte más alta donde encontramos una señal indicativa del barrio nazarí.

 Y nos sorprenden los restos de las casas  que en su día  formaron este singular barrio. El empedrado de las calles parece intacto, pero de las viviendas, tan solo se conserva parte de sus paredes de piedra. No obstante el conjunto es bonito e interesante. Sobre todo para nosotros que nunca habíamos disfrutado de algo similar al que además se suma el encanto de lo poco visitado, poco elaborado, más natural. Un conjunto bello y armonioso.



Deshicimos el camino hasta unos pocos kilómetros después de Ubrique para poner rumbo ahora a El Bosque, a su area de autocaravanas.  La carretera, ahora ya con buen firme, discurre por bosques de encinas, olivos y robles. En El bosque encontramos el area y aprovechamos para llenar y vaciar ya que a partir de ahora no íbamos a encontrar ninguna. Comimos y después de descansar salimos a dar un paseo. El molino, lugar que aconsejaban visitar, estaba cerrado aunque la puerta mostraba unos números de teléfono a los que no quisimos llamar. Nos faltaban ganas de buscar y pensamos que no tendría nada más destacable, así que pusimos proa a nuestro destino final de hoy: Grazalema, a donde llegamos siguiendo una retorcida y ascendente carretera donde ahora las encinas y robles se mezclaban con los algarrobos para luego, según perdíamos altura, aparecer nuevamente olivos.

Encontramos el primer aparcamiento frente al camping, pero como ya había leído, no estaba permitida la pernocta así que continuamos hasta el siguiente, inclinado y si bien su situación era muy buena para visitar la localidad, no permitía la pernocta. Desde aquí, frente a nosotros localicé visualmente una ermita a las afueras de Grazalema que tenía una autocaravana. Había leído que era un sitio habitual de pernocta así que nos encaminamos hacia allá. El sitio parecía adecuado, aunque al lado de la carretera. Atrás dejamos la plaza y una señal que indicaba un  aparcamiento donde también había leído que era posible pernoctar


Tan solo eran las 17,15  así que por una carretera paralela a la que habíamos traído y por la que no pasaban coches, caminamos unos 700 m hasta el  pueblo. Pasamos por una curiosa y bonita fuente frente a la que también se encontraban los antiguos lavaderos techados y una vez más, a escalar calles por cuestas y escaleras hasta llegar al centro, a la plaza del ayuntamiento que a estas horas aún tenía gente. Comprobamos que el aparcamiento del centro del pueblo, donde alguien relató que había pernoctado alguna vez,  también tenía  una señal que prohibía la pernocta.


Nos introdujimos unos metros por alguna de sus calles aledañas y en un pequeño supermercado compré un pedazo de queso payoyo, evitando así las tiendas de productos   típicos donde serían más caros. Esta noche degustaríamos  los dos, a ver si éramos capaces de encontrar las diferencias o de decir que uno era mejor que otro, lo cual dudaba.

Pasando ya de las 6 de la tarde, y acompañados por  un viento fresco que se levantó, regresamos a la autocaravana para darnos una relajante ducha caliente y esperar la noche junto a la otra autocaravana y una camper que se nos unió después. Y para continuar con los quesos, encontramos diferencias entre los dos, pero no significativas. Uno no era mejor que otro, sencillamente, diferentes y ambos, muy buenos.

Cabo pino (marbella) 29 de diciembre.

Grazalema-Marbella-Dunas de Artola o Cabopino.

19 horas del martes 29 de diciembre. No cesó de llover durante la noche anterior  -como no podía ser menos estando donde estábamos- y me he levantado con dolor de cabeza. Creo que esta vez el repiqueteo continuo de la lluvia contra la autocaravana no me ha parecido tan romántico como otras veces y esto, unido a los ronquidos casi continuos de Angel y a la música pachanguera que me puse  en la radio y de la que “disfruté” a través de unos cascos para poder continuar mi sueño a eso de las 2 de la mañana, han contribuido a este malestar que espero que se pase a lo largo de la mañana.


Leyendo he hecho tiempo a que Angel se despertara y a que la lluvia cesara, lo que ha ocurrido pasadas las 8,30. Después de desayunar incluso unos débiles rayos de sol se filtraron  entre nubarrones negros, pero parecía que ya no amenazaba lluvia así que salimos cual caracoles a dar un último paseo por el pueblo y a comprar un queso de cabra payoya en una cercana fábrica que está a medio camino entre donde pernoctamos  y el pueblo y que tiene venta al público.

Nos dimos un paseo hasta la parte alta de la ciudad, descubriendo que estaba dividida en dos barrios, el de los jopines (arriba) y el de los jopones (abajo) y regresamos descendiendo por sus calles para comprar pan y unos dulces para el abuelo. Después, con nuestro queso bajo el brazo, tomamos la autocaravana y pusimos rumbo a Marbella. La lluvia nos había respetado hasta ahora, pero no lo hizo  después, ni  la niebla que durante todo el trayecto no dejó de estar presente, primero en bancos, a veces bastante densos, pero luego se hizo persistente dificultando la conducción por una carretera cuyo trazado sinuoso discurría por la ladera de la montaña. Supongo que el paisaje, sobre todo desde un poco después de Ronda y hasta San Pedro de Pinatar, sería bonito, pero no pudimos disfrutar de él.

Al principio de nuestro recorrido, nos acompañaron los bosques de alcornoques  que cedieron paso a los de encinas y enseguida, como si hubieran trazado una línea imaginaria,  el paisaje se mostró desnudo, hasta que entramos en la niebla donde solo éramos capaces de contemplar pinos y 10 escasos metros delante de nosotros, así, que carretera retorcida, húmeda y con niebla, hizo que nuestra velocidad no superara los 50 km/h, situación meteorológica que persistió hasta unos pocos kilómetros antes de tomar la autopista dirección Málaga.

Ya en Marbella había anotado a través del google earth las coordenadas de una zona donde se veían muchos aparcamientos y relativamente cercana al centro, pero una vez allí no encontramos ningún hueco. La carretera comenzó a estrecharse peligrosamente además de acercarnos al centro así que en cuanto pude, di la vuelta para dirigirnos al Palacio de Congresos donde había leído que era fácil aparcar, pero por suerte en nuestro camino encontramos sitio en una amplia avenida a no más de 10 minutos caminando del dentro.

Y, sinceramente, lo que íbamos encontrando a nuestro paso no nos seducía absolutamente nada. Edificios, calles y comercios absolutamente vulgares. Hasta que llegamos al mercado. Entonces  vimos a nuestra izquierda calles estrechas y pensamos que  posiblemente habíamos llegado al casco histórico, como pudimos confirmar.

Como por arte de magia habíamos pasado de un mundo a otro. Nos sumergimos en estrechas calles llenas de comercios, restaurantes de todo tipo, gente que iba y venía y que las inundaba y  donde apenas oíamos hablar castellano. De una zona impersonal y fría, habíamos pasado  a otra particular, acogedora y cálida. Pero…había algo que no encajaba en el lugar. Era la gente. La mayoría vestidos elegantemente, rubios, altos, guapos y que no hablaban en castellano. Y también los restaurantes pero sobre todo sus terrazas que se sucedían unas a otras pareciendo que habían tomado al asalto las calles. . La popular plaza de los naranjos, donde se encuentra el ayuntamiento, estaba repleta de sillas y mesas con sus pulcros manteles y lo que me llamó poderosamente la atención fue que estaban también llenando el centro de la misma. Sentía como si hubieran robado el protagonismo a sus propietarios auténticos, los marbellíes, como si les hubieran expropiado  sus calles, sus plazas, su lugar.  Era una sensación extraña que no conseguía abandonarme.


Paseamos por el dédalo de calles, llegamos a la plaza de los naranjos, miramos algunas de sus cartas que parecían “exclusivas”, así como la gente que allí se reunía y paramos en un pequeño restaurante que ofrecía un menú a 10 euros. Eran ya las 14,30 así que decidimos quedarnos a comer para ganar algo de tiempo, lo que no resultó como deseábamos ya que entre el primer y segundo plato casi hacemos la digestión, incomprensiblemente, ya que solo siete personas estábamos comiendo. Así, una hora después  pedimos la cuenta (el pan no entraba en el menu y nos cobraron 1 euro por cada uno de los bollitos enanos que tomamos) para poner rumbo  a Cabo Pino o las Dunas de Artola, un espacio natural que yo tenía localizado como posible sitio de pernocta y que el joven camarero nos confirma como un sitio estupendo.

Aunque tenía anotadas las coordenadas de casi una docena de posibles lugares antes de éste (fondos de saco, aparcamientos de playa o de chiringuitos) no era cuestión de ir uno a uno buscando, así que decidimos ir directamente a las dunas comprobando una vez allí que el aparcamiento era amplio y que estaba a unos 50 metros de la playa por lo que decidimos quedarnos. No obstante nos acercamos a una autocaravana que estaba estacionada para preguntar, pero resultó estar habitada por  una familia argentina que la había alquilado para recorrer hasta el 2 de enero (restaban tan solo 4 días) Granada, Málaga, Murcia, y lo que hubiera por medio, y claro me entró la risa “floja” y no pude por menos que comentarles que era poco tiempo para ese recorrido ante lo que afirmaron que sólo pretendían “tomar contacto” y que esta forma de viajar les había fascinado por la independencia y libertad y que repetirían la experiencia. 

Tras esta breve  conversación nos acercamos a descubrir la playa. 

Unas pasarelas de madera que protegían las dunas nos acercaron a ella. A nuestra izquierda dejamos una  torre del siglo XVI hasta acceder a   una solitaria y salvaje playa por la que paseamos buscando conchas hasta donde comenzó una zona de chalets.

De regreso, nuestros vecinos argentinos se habían ido. Alrededor de las 18,00 horas regresé sola a la playa para contemplar la puesta de sol, lo que no pude hacer ya que las nubes me lo impidieron. Le comenté  entonces a Angel el “ir y venir” continuo de coches que después del aparcamiento seguían por un camino. Pensé que serían parejitas pero me corrigió y me dijo que eran coches ocupados por un solo hombre. De cualquier modo,  sean parejitas hetero, homo o personas solitarias, decidimos apartarnos del camino y buscar un rincón  discreto y tranquilo en el  aparcamiento, donde estamos ahora, cuando la noche ya ha caído y la oscuridad nos rodea, aunque nos sentimos protegidos aquí dentro, en nuestra especial “burbuja”.

Marbella- Boadilla, 30 de diciembre
Nos acostamos, yo con la idea de contemplar a la mañana siguiente el amanecer sobre el mar. 


Confieso que desde Rodalquilar, hace ya tres años, me he hecho una “adicta” a este espectáculo de luz y color gratuito y casi se ha convertido en un rito. Y así lo hice. 


Amanecía a las 8,30 así que me abrigué y me dirigí a la playa. Había elegido un rincón con un grupo de palmeras en primer plano, pero observe por la claridad, que desde allí no iba a poder disfrutarlo, ya que el lejano espigón del faro me lo iba a impedir por lo que tendría que “adentrarme” en el mar por otro espigón que había en la misma playa y así lo hice.


 Y como todos los días, se repite el milagro de la luz, primero tímida, rojiza, luego va cambiando de color, al anaranjado, dorado, amarillo, hasta que de pronto el disco dorado, que luego se convierte en blanco, emerge en toda su magnitud desde las profundidades del mar iluminándolo todo, pintando de color y de vida todo lo que mágicamente roza con sus rayos. 

Toda una belleza. Medio satisfecha, regresé a la autocaravana, desayunamos y emprendimos el regreso a casa donde llegamos al anochecer.



Mª Angeles del Valle Blázquez

Boadilla del Monte, Enero de 2016









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