26: Madrid-Setenil de las Bodegas-Ronda
27: Ronda-Cueva de la Pileta (Benaoján)-Cortes de la
Frontera
Son las 19,30.
Del 27 de diciembre, segundo día de nuestra “escapada” navideña.
Ayer nos
recorrimos 555 km hasta nuestro primer destino, Setenil de las bodegas, curioso pueblo donde las casas se han
adaptado a la forma de las rocas y han sido construidas aprovechando su cobijo y protección.
Hemos puesto
“tierra de por medio” a ver si la tristeza se quedaba también a más de 500 km
de distancia. Y es que, si no pasa un día sin acordarme de mi madre, la noche
del 24 fue especialmente dura. Perderla hace tan solo cuatro meses ha sido y es
muy duro, pero en mi caso si bien era consciente de su edad y de que no iba a
vivir eternamente, su buen estado en todos los sentidos, sus ganas de vivir e
ilusión, no me hacía presagiar que su
pérdida iba a llegar a tan pronto. He pasado de sentir su eterna protección a
una sensación de desamparo que llena todos los días de mi vida. He perdido a la
persona que más me ha querido porque el amor de una madre es incondicional y
atemporal y ahora me siento desvalida, sola, desamparada y ese sentimiento se
hace un poco más duro porque he de cuidar y proteger a mi padre, que se siente
aún peor que yo.
Así,
egoístamente, quería dejar atrás mi pena y tristeza. Y en estos días, lo
conseguí.
Pero regreso a
Setenil, donde estuvimos paseando por dos de sus calles por las que se alinean
las casas construidas aprovechando el abrigo de las rocas. La más cercana y
visible desde la carretera, discurre paralela al río y es donde quizás se reúne
el conjunto más curioso y espectacular, aunque siguiendo esa misma calle encontramos más viviendas construidas aprovechando el abrigo de las rocas aunque al
ser éstas de menor tamaño resultaba menos espectacular. Y al otro lado del río una calle donde una
impresionante roca “techaba” parte de ella
amenazando casi con caer en
medio, despierta nuestra sorpresa. Más que curioso lugar al que merece la pena dedicarle unos minutos.
Sin más que
destacar pusimos rumbo hacia Ronda
para pasar la noche. Pero el sitio anotado para la pernocta, un casi céntrico
aparcamiento, estaba completo además de
parecernos difícil maniobrar dentro. Así
nos quedamos frente a una calle de dirección prohibida y la de salida a
nuestra izquierda resultaba muy estrecha, por lo que decidimos dar la vuelta y
alejarnos del centro de la población.
Encontramos un
lugar más que adecuado a las afueras, antes de una gasolinera de Cepsa y nada
más pasar una rotonda, en una urbanización. Un sitio plano y muy tranquilo
donde al parecer y según nos dijeron algunos vecinos, no había problemas de
aparcamiento. (36.7538161N; 5.1707418O).
De la noche
únicamente destacar el fuerte viento que
se levantó. A la mañana siguiente hicimos un pequeño cálculo aproximado de la
distancia a la que estábamos del casco viejo de Ronda, o hasta el Puente Nuevo cerca del cual se acumulaban los lugares de
interés turístico: unos 2 kilómetros, que sumados a los de vuelta hacían 4, más
los que camináramos por el casco. Así
que decidimos acercarnos un poco. A través del google eart había localizado un
aparcamiento al otro extremo de donde estábamos y allí nos dirigimos. Atravesamos
la ciudad dejando muchos huecos libres a
lo largo de la avenida principal, Virgen de la Paz, un poco antes de la plaza
de toros, -quizás por ser domingo- para
no encontrar el lugar ni ningún sitio disponible para aparcar, así que
decidimos retroceder para ocupar alguno de los que habíamos visto a la entrada.
Nos aseguramos
la salida dejando suficiente espacio delante –aun temiendo que se fuera el que
estaba y uno de mayor tamaño ocupara ese espacio- y nos dispusimos a pasear por
la ciudad
En la plaza de
toros entramos en la oficina de turismo donde nos hicimos con un plano decente
y menos mal, porque en el que yo llevaba, sacado por internet, no se veía el
nombre de las calles, y comenzamos
nuestra visita.
Tras asomarnos al impresionante abismo que el Puente
Nuevo dejaba a nuestros pies y que el río Guadalevin ha excavado
pacientemente, y tras atravesarlo, nos dirigimos por nuestra derecha hacia un
mirador desde donde poder contemplar esta impresionante obra de ingeniería de casi 100 metros de altura y que conectó
dos partes de la ciudad permitiendo su expansión. Fue comenzada en el siglo XVIII y su construcción,
en su segundo intento ya que el primero
fue fallido, duró más de 40 años.
Descendimos por un camino mal conservado y en considerable pendiente hasta acceder a un punto que quedaba casi frente al puente y desde donde se podía contemplar toda su grandiosidad, aunque hay que señalar que no es un mirador, si no un trozo de terreno pisoteado por los turistas desde donde se tienen estas bonitas vistas. Pese a que era pronto, multitud de turistas, en su mayoría orientales, se hacían fotos y selfies con el puente al fondo.
Descendimos por un camino mal conservado y en considerable pendiente hasta acceder a un punto que quedaba casi frente al puente y desde donde se podía contemplar toda su grandiosidad, aunque hay que señalar que no es un mirador, si no un trozo de terreno pisoteado por los turistas desde donde se tienen estas bonitas vistas. Pese a que era pronto, multitud de turistas, en su mayoría orientales, se hacían fotos y selfies con el puente al fondo.
Después nos perdimos por su solitarias callejuelas donde se respiraba un profundo “tipismo andaluz”: estrechas calles a las que se asomaban fachadas encaladas de un blanco inmaculado con grandes ventanas pintadas de vivos colores alrededor y con hermosas rejas de las que colgaban geranios que aún conservaban alguna flor, y silencio…
Disfrutando
del momento y del marco, nos encaminamos al palacio
de Mondragón, que aunque museo, -por los que ya he confesado que siento muy
poco interés, aunque innegablemente lo tengan- presentaba el atractivo de su
particular arquitectura.
Había leído que es el monumento civil más significativo de Ronda. Y no me decepcionó. Tiene varios patios, todos muy hermosos pero el que resulta especialmente bello es el más cercano al precipicio del que está colgado, teniendo que traspasar una triple arquería para acceder a él y siempre sin perder de vista la sierra que se recorta a lo lejos en el horizonte. Realmente por disfrutar de ellos merece ya la pena dedicarle un poco de tiempo.
Había leído que es el monumento civil más significativo de Ronda. Y no me decepcionó. Tiene varios patios, todos muy hermosos pero el que resulta especialmente bello es el más cercano al precipicio del que está colgado, teniendo que traspasar una triple arquería para acceder a él y siempre sin perder de vista la sierra que se recorta a lo lejos en el horizonte. Realmente por disfrutar de ellos merece ya la pena dedicarle un poco de tiempo.
Desde aquí y perdidos por un laberinto de calles franqueadas por encaladas casas con sus enrejadas ventanas, limpias, silenciosas, acogedoras, llegamos a la iglesia de Santa María la Mayor y ya desde aquí, buscamos el hermoso minarete de San Sebastián.
Continuamos
por la Casa del Gigante, cerrada,
para tras cruzar lo que parecía la arteria principal, detenernos ante la
fachada del Palacio de los Marqueses de
Salvatierra, también cerrada, para contemplar su curiosa fachada con sus
figuras, dos masculinas que sacan la lengua y otras dos femeninas que se cubren
pudorosamente sus genitales.
En principio me
resistí a descender hasta el fondo. La
pereza me vencía al haber leído lo de los “200 peldaños”. Pensé en bajar un
poco para después regresar, pero Angel, como siempre, dijo que él sí descendía
y yo, como siempre, no me pude resistir. Y tengo que decir que una vez más
tenía razón y fue más el pensarlo que el hacerlo. Supongo que ayudaría mucho la
poca gente que había y que hizo muy cómodo tanto el descenso como el ascenso.
En muy poco tiempo nos encontramos en el mismo río y contemplar el profundo corte con sus paredes verticales a ambos lados donde la luz llega con dificultad, es un espectáculo que justifica el esfuerzo. Ahora tocaba el ascenso, lento y alto duro ya que algunos de los escalones tienen una considerable altura, pero me reitero en que el esfuerzo merece la pena.
En muy poco tiempo nos encontramos en el mismo río y contemplar el profundo corte con sus paredes verticales a ambos lados donde la luz llega con dificultad, es un espectáculo que justifica el esfuerzo. Ahora tocaba el ascenso, lento y alto duro ya que algunos de los escalones tienen una considerable altura, pero me reitero en que el esfuerzo merece la pena.
Una vez arriba
y en el exterior, continuamos nuestro descenso por las tortuosas calles de
Ronda hasta los baños árabes, dejando
atrás el arco de Felipe V y las vistas sobre las murallas árabes.
Junto al río
encontramos estos baños, por tanto, en la parte más baja de la ciudad y me
descomponía pensando en que luego tenía que ascender todo lo que había bajado.
Pero ya había leído que eran los mejor conservados de toda la península, así
que no dudé por un instante que su visita era obligada. Y realmente pudimos
comprobar que su estado de conservación era excelente. Se remontan al siglo
XIII o XIV estructurándose en tres zonas fundamentales: baño frío, templado y
caliente. La sala central, la del baño templado es la de mayor tamaño con tres
cuerpos separados mediante cuatro pares de arcos de herradura sobre columnas de
ladrillo y piedras que sostienen bóvedas de cañón con hermosos tragaluces en
forma de estrella por donde penetra la luz. Conserva también un área de
calderas donde se calentaba el agua. Realmente hermosos e interesantes.
Atravesamos el rio de nuevo por el puente
árabe desde donde pudimos contemplar unas inmejorables vistas sobre el puente
viejo y tras ascender hasta la fuente de los ocho caños, atravesamos el puente viejo para
subir de nuevo a la parte alta de la ciudad por donde habíamos descendido hasta
llegar a su arteria principal.
Y dimos por concluida nuestra visita a esta ciudad,
no sin antes perdernos por alguna de sus populosas calles, que en domingo y a
las 13,30, hora del “pinchito”, estaban cuajas de gente y animación. Y al
llegar a nuestra autocaravana comprobamos el “sentido común” de un vecino que
había aparcado dejando una distancia tan escasa entre su vehículo y el nuestro
que si no lo hubiéramos previsto y dejado suficiente espacio por delante,
seguramente no habríamos conseguido salir. No es la primera vez que nos pasa
que los propietarios de los turismos no son conscientes de que nuestros
vehículos, por sus dimensiones, necesitan un espacio mayor que el de cualquier
otro para salir de un aparcamiento en línea.
Una vez fuera
sin mayores dificultades, pusimos rumbo a la Cueva de la Pileta en Benaojan (http://www.cuevadelapileta.org/) a donde llegamos a las 14,30 horas.
Comimos, descansamos un poco y unos 15 minutos antes de las cuatro, hora de
apertura de la cueva, nos dirigimos a la entrada; pero antes de dar con ella
tuvimos que asumir la ascensión de una empinada pendiente que se salvaba con
unas escaleras de piedra. Arriba nos encontramos ya un nutrido grupo de unas 12
o 15 personas que esperaban su apertura
Los grupos son
de un máximo de 25 personas y las horas de entrada no son fijas dependiendo de
que se consiga formar un grupo con un número suficiente y los fines de semana
no se puede reservar. La visita dura una hora. Y a las 16.00 h en punto
accedimos a la cueva. Cada dos personas nos dieron un farolillo ya que la cueva
carece de cualquier tipo de iluminación lo que para mí es un valor añadido al margen de contribuir a su mejor
conservación.
Lentamente nos
adentramos en un mundo mágico, de hermosas formaciones geológicas, colores,
luces y sombras que creaban un ambiente único y por el que nos deslizábamos suavemente
aunque sin dejar de prestar atención a cada uno de nuestros pasos, ya que el
suelo en muchos sitios era muy deslizante.
Imagen de Internet. |
Me llama la
atención que el grupo tenía el mismo número de turistas nacionales que
extranjeros y como no, tuve que preguntar sobre esto y muchas cosas más hasta
satisfacer mi curiosidad. Tenía que aprovecharme de la ventaja que me daba el
idioma, lo que no puedo hacer cuando visito lugares similares en otros países.
Así me dice
que curiosamente recibe más visitas de turistas extranjeros que nacionales sin
saber como o de dónde podían extraer la información, pero me llego a contar que
algunos la habían dicho que estas pinturas aparecían en sus libros de texto.
Más que llamativo este dato y en la misma línea de que no sabemos ni apreciar
ni explotar lo que tenemos delante de nuestras narices. También me dice que la
titularidad de la cueva es privada pero que la Junta de Andalucía quiere
expropiarla aludiendo que está mal conservada. En cuanto a esto último mi
opinión es que quizás podría estar mejor sustituyendo, por ejemplo, las vallas
metálicas por paneles de cristal, lo que mejoraría su aspecto, añadir una tenue
iluminación de leds así como mejorar también todo el sistema de “pasamanos”,
pero esto mismo también contribuiría a su degradación a no ser que se hiciera
con extremo cuidado y se limitaran las visitas. Si comienza a ser invadida por
hordas de turistas sin control, como, por ejemplo, las cuevas de Nerja, sería
el comienzo de su fin. Y quizás los años me van enseñando que si hay algo que
funcione y haciendo pequeñas modificaciones se corre el riesgo, por pequeño que
sea, de empeorarlo, mejor dejarlo como está. Y sobre todo si las decisiones
sobre aspectos técnicos en cuanto a conservación deben ser tomadas por
políticos en vez de por personal cualificado. Aproveché también para preguntar
si sigue siendo objeto de estudio, lo cual me confirmó, pero añadiendo que
siempre son grupos o entidades privadas y nunca por parte de organismos
públicos. También me aportó información sobre la fascinante fauna de la cueva
que incluía especies endémicas. En fin, mucha información para satisfacer mi
siempre sana y a veces insaciable curiosidad.
Cuando salimos
un grupo de unas 7 personas esperaba para entrar, pero la hora -que pasaba 15
minutos de las 17,00- no les permitió la visita. Curiosos nos preguntaron y
cuando les confirmamos que merecía la pena, afirmaron que volverían otro día
con tiempo. Como los fines de semana no admiten reservas, sugiero asegurar su
visita no dejándolo para última hora, porque a mi juicio, es muy interesante.
Pusimos rumbo
a Cortes de la Frontera, donde nos
encontramos ahora, junto a un complejo deportivo y un hotel abandonado
(36.6535382 N; 5.2810152 O) un lugar tranquilo, plano y con hermosas vistas. Y
dando una vuelta al anochecer nos dejamos sorprender por su más que original
decoración navideña ya que ésta estaba realizada con elementos reciclados:
botellas de distintos tamaños y formas, enteras, pintadas, cortadas en trozos
…Con ellas había formado flores, estrellas y hasta un árbol de navidad
confeccionado con trozos recortados y un ángel de metro y medio. La imaginación
al poder.
Los vecinos nos dicen que como no había dinero lo habían hecho en un taller del pueblo en el que participaban los vecinos, principalmente mujeres. Enhorabuena por su originalidad, su belleza y su trabajo. Angel comentó que aunque sólo fuera por ver esto ya merecía la pena visitar el pueblo. Y aquí estamos, a las 20,30 horas, arropados por la noche, disfrutando de la paz del lugar, cansados ya y esperando para cenar y acostarnos a leer tranquilamente.
Los vecinos nos dicen que como no había dinero lo habían hecho en un taller del pueblo en el que participaban los vecinos, principalmente mujeres. Enhorabuena por su originalidad, su belleza y su trabajo. Angel comentó que aunque sólo fuera por ver esto ya merecía la pena visitar el pueblo. Y aquí estamos, a las 20,30 horas, arropados por la noche, disfrutando de la paz del lugar, cansados ya y esperando para cenar y acostarnos a leer tranquilamente.
Grazalema, 28 de diciembre.
Cortes de la Frontera-Ubrique-Benacoaz-El
Bosque-Grazalema
Noche
estupenda y muy tranquila. Lo primero que hemos hecho es acercarnos a una casa
cercana donde vendían quesos artesanos y nos hemos hecho con uno de cabra, no de la raza originaria de esta zona, payoya, sino
de otra normalita aunque la vendedora nos avisa de que hay demasiada literatura
al respecto ya que como la demanda supera la oferta, venden queso hecho con
leche de cabra de otras razas como si fuera de payoya, aunque añade, “es buena gente”. Ella dice que la leche no
depende de la raza del animal, si no de su alimentación y nos comenta que sus
quesos han sido premiados así que confiamos y salimos con un hermoso queso de
cabra debajo del brazo y ponemos rumbo a nuestro primer destino e hoy: Ubrique.
La carretera
de un firme penoso nos obliga a circular
a no más de 40-50km/h, pero es que el paisaje
tampoco invita a ir a mayor velocidad si se que quiere disfrutar de él.
Circulamos entre alcornoques que por el color rojizo de sus troncos parecen
haber sido despoblados de su corteza recientemente y este intenso color resalta
sobre el verde del bosque y negruzco del
resto del tronco. Algunos tienen una considerable envergadura lo que nos hace
pensar en su longevidad. Los alcornoques se intercalan con encinas y olivos y
según ganamos altura, el olivo desaparece para dar paso a más encinas y a
robles. Y por esta retorcida carretera llegamos a Ubrique, pero debemos tener
anotadas mal las coordenadas del área, recientemente inaugurada, así que nos
vemos obligados a continuar atravesando la localidad para aparcar en línea en
plena calle, curiosamente y como supimos después de la mano de un policía local,
a escasos 200 metros del area de
autocaravanas.
Intuitivamente
nos dirigimos a lo que pensamos que sería el casco antiguo de Ubrique que
resultó estar justo al otro extremo de donde habíamos aparcado y…”hacia arriba”
¡qué novedad!. Dimos con una ancha calle
comercial peatonal cuajada de gente que iba y venía o que tranquilamente
disfrutaban en sus terrazas de un tentempié.
Calle que desembocó en otra perpendicular donde encontramos una oficina de
turismo donde nos informaron brevemente
y nos situaron en un plano de tamaño decente. En este plano señalamos las calles del casco
que había leído que resultaban más interesantes, como la del Caracol y la del Caracolillo, la Plaza del
ayuntamiento y el Peñote, así que guiados por nuestro mapa seguimos subiendo
hasta descubrir la playa del Ayuntamiento y la cercana y encantadora plaza de
las verduras.
Desde aquí fuimos trepando por un laberinto de callejucas estrechas, de paredes inmaculadas, retorcidas y muy bonitas. Encantadoras sería también otro calificativo que las podría describir. La gente, pese a estas fechas y gracias a la buena temperatura, salía de sus casas en bata charlando con la vecina de al lado y los fondos de saco de algunas calles, eran tan pequeños que permitían incluso tener una mesa a modo de patio algo “particular”.
Desde aquí fuimos trepando por un laberinto de callejucas estrechas, de paredes inmaculadas, retorcidas y muy bonitas. Encantadoras sería también otro calificativo que las podría describir. La gente, pese a estas fechas y gracias a la buena temperatura, salía de sus casas en bata charlando con la vecina de al lado y los fondos de saco de algunas calles, eran tan pequeños que permitían incluso tener una mesa a modo de patio algo “particular”.
En nuestra
marcha adelantamos a señoras que penosamente escalaban las calles cargadas con
sus bolsas de la compra, otras regaban sus tiestos o hablaban entre sí.
Conversaciones familiares que salían por las ventanas o puertas abiertas de sus
casas, el olor a leña,…todo contribuía a crear una atmósfera deliciosa.
Atrás dejamos la calle del Caracol y Caracolillo, avistamos el peñasco incrustado en los muros de una vivienda y llegamos a la parte superior, a un mirador desde donde disfrutamos de un “mar de tejados”, todos iguales, sencillos, armoniosos, con sus encaladas paredes. Descendimos después para regresar por donde habíamos venido, la calle peatonal que hervía de gente que iba y venía hasta llegar a nuestra autocaravana no sin antes comprar algún dulce típico y pan.
Marbella- Boadilla, 30 de diciembre
Atrás dejamos la calle del Caracol y Caracolillo, avistamos el peñasco incrustado en los muros de una vivienda y llegamos a la parte superior, a un mirador desde donde disfrutamos de un “mar de tejados”, todos iguales, sencillos, armoniosos, con sus encaladas paredes. Descendimos después para regresar por donde habíamos venido, la calle peatonal que hervía de gente que iba y venía hasta llegar a nuestra autocaravana no sin antes comprar algún dulce típico y pan.
Dejamos
Ubrique atrás para poner rumbo a Benaocaz
donde leí que el barrio nazarí estaba declarado Conjunto Histórico.
Una tortuosa
carretera nos lleva a esta pequeña localidad. Dejamos la autocaravana en un
pequeño aparcamiento a la entrada donde solamente cabrían tres ó cuatro coches
y, sorpresa, de nuevo a escalar calles empinadas, flanqueadas por encaladas
fachadas a las que se abrían ventanas enrejadas hasta llegar a la parte más alta
donde encontramos una señal indicativa del barrio nazarí.
Y nos sorprenden los restos de las casas que en su día
formaron este singular barrio. El empedrado de las calles parece
intacto, pero de las viviendas, tan solo se conserva parte de sus paredes de
piedra. No obstante el conjunto es bonito e interesante. Sobre todo para
nosotros que nunca habíamos disfrutado de algo similar al que además se suma el
encanto de lo poco visitado, poco elaborado, más natural. Un conjunto bello y
armonioso.
Deshicimos el camino
hasta unos pocos kilómetros después de Ubrique para poner rumbo ahora a El
Bosque, a su area de autocaravanas. La
carretera, ahora ya con buen firme, discurre por bosques de encinas, olivos y
robles. En El bosque encontramos el
area y aprovechamos para llenar y vaciar ya que a partir de ahora no íbamos a
encontrar ninguna. Comimos y después de descansar salimos a dar un paseo. El
molino, lugar que aconsejaban visitar, estaba cerrado aunque la puerta mostraba
unos números de teléfono a los que no quisimos llamar. Nos faltaban ganas de
buscar y pensamos que no tendría nada más destacable, así que pusimos proa a
nuestro destino final de hoy: Grazalema,
a donde llegamos siguiendo una retorcida y ascendente carretera donde ahora las
encinas y robles se mezclaban con los algarrobos para luego, según perdíamos
altura, aparecer nuevamente olivos.
Encontramos el
primer aparcamiento frente al camping, pero como ya había leído, no estaba
permitida la pernocta así que continuamos hasta el siguiente, inclinado y si
bien su situación era muy buena para visitar la localidad, no permitía la
pernocta. Desde aquí, frente a nosotros localicé visualmente una ermita a las
afueras de Grazalema que tenía una autocaravana. Había leído que era un sitio
habitual de pernocta así que nos encaminamos hacia allá. El sitio parecía
adecuado, aunque al lado de la carretera. Atrás dejamos la plaza y una señal
que indicaba un aparcamiento donde
también había leído que era posible pernoctar
Tan solo eran
las 17,15 así que por una carretera
paralela a la que habíamos traído y por la que no pasaban coches, caminamos
unos 700 m hasta el pueblo. Pasamos por
una curiosa y bonita fuente frente a la que también se encontraban los antiguos
lavaderos techados y una vez más, a escalar calles por cuestas y escaleras hasta
llegar al centro, a la plaza del ayuntamiento que a estas horas aún tenía
gente. Comprobamos que el aparcamiento del centro del pueblo, donde alguien
relató que había pernoctado alguna vez, también
tenía una señal que prohibía la
pernocta.
Nos
introdujimos unos metros por alguna de sus calles aledañas y en un pequeño
supermercado compré un pedazo de queso payoyo, evitando así las tiendas de
productos típicos donde serían más
caros. Esta noche degustaríamos los dos,
a ver si éramos capaces de encontrar las diferencias o de decir que uno era mejor
que otro, lo cual dudaba.
Pasando ya de
las 6 de la tarde, y acompañados por un
viento fresco que se levantó, regresamos a la autocaravana para darnos una
relajante ducha caliente y esperar la noche junto a la otra autocaravana y una
camper que se nos unió después. Y para continuar con los quesos, encontramos
diferencias entre los dos, pero no significativas. Uno no era mejor que otro,
sencillamente, diferentes y ambos, muy buenos.
Cabo pino (marbella) 29 de diciembre.
Grazalema-Marbella-Dunas de Artola o Cabopino.
19 horas del
martes 29 de diciembre. No cesó de llover durante la noche anterior -como no podía ser menos estando donde estábamos-
y me he levantado con dolor de cabeza. Creo que esta vez el repiqueteo continuo
de la lluvia contra la autocaravana no me ha parecido tan romántico como otras
veces y esto, unido a los ronquidos casi continuos de Angel y a la música
pachanguera que me puse en la radio y de
la que “disfruté” a través de unos cascos para poder continuar mi sueño a eso
de las 2 de la mañana, han contribuido a este malestar que espero que se pase a
lo largo de la mañana.
Leyendo he
hecho tiempo a que Angel se despertara y a que la lluvia cesara, lo que ha ocurrido
pasadas las 8,30. Después de desayunar incluso unos débiles rayos de sol se
filtraron entre nubarrones negros, pero
parecía que ya no amenazaba lluvia así que salimos cual caracoles a dar un
último paseo por el pueblo y a comprar un queso de cabra payoya en una cercana
fábrica que está a medio camino entre donde pernoctamos y el pueblo y que tiene venta al público.
Nos dimos un
paseo hasta la parte alta de la ciudad, descubriendo que estaba dividida en dos
barrios, el de los jopines (arriba) y el de los jopones (abajo) y regresamos
descendiendo por sus calles para comprar pan y unos dulces para el abuelo.
Después, con nuestro queso bajo el brazo, tomamos la autocaravana y pusimos
rumbo a Marbella. La lluvia nos había respetado hasta ahora, pero no lo hizo después, ni la niebla que durante todo el trayecto no dejó
de estar presente, primero en bancos, a veces bastante densos, pero luego se
hizo persistente dificultando la conducción por una carretera cuyo trazado sinuoso
discurría por la ladera de la montaña. Supongo que el paisaje, sobre todo desde
un poco después de Ronda y hasta San Pedro de Pinatar, sería bonito, pero no
pudimos disfrutar de él.
Al principio
de nuestro recorrido, nos acompañaron los bosques de alcornoques que cedieron paso a los de encinas y enseguida,
como si hubieran trazado una línea imaginaria,
el paisaje se mostró desnudo, hasta que entramos en la niebla donde solo
éramos capaces de contemplar pinos y 10 escasos metros delante de nosotros,
así, que carretera retorcida, húmeda y con niebla, hizo que nuestra velocidad
no superara los 50 km/h, situación meteorológica que persistió hasta unos pocos
kilómetros antes de tomar la autopista dirección Málaga.
Ya en Marbella había anotado a través del
google earth las coordenadas de una zona donde se veían muchos aparcamientos y
relativamente cercana al centro, pero una vez allí no encontramos ningún hueco.
La carretera comenzó a estrecharse peligrosamente además de acercarnos al
centro así que en cuanto pude, di la vuelta para dirigirnos al Palacio de
Congresos donde había leído que era fácil aparcar, pero por suerte en nuestro
camino encontramos sitio en una amplia avenida a no más de 10 minutos caminando
del dentro.
Y,
sinceramente, lo que íbamos encontrando a nuestro paso no nos seducía
absolutamente nada. Edificios, calles y comercios absolutamente vulgares. Hasta
que llegamos al mercado. Entonces vimos
a nuestra izquierda calles estrechas y pensamos que posiblemente habíamos llegado al casco
histórico, como pudimos confirmar.
Como por arte
de magia habíamos pasado de un mundo a otro. Nos sumergimos en estrechas calles
llenas de comercios, restaurantes de todo tipo, gente que iba y venía y que las
inundaba y donde apenas oíamos hablar
castellano. De una zona impersonal y fría, habíamos pasado a otra particular, acogedora y cálida. Pero…había
algo que no encajaba en el lugar. Era la gente. La mayoría vestidos
elegantemente, rubios, altos, guapos y que no hablaban en castellano. Y también
los restaurantes pero sobre todo sus terrazas que se sucedían unas a otras
pareciendo que habían tomado al asalto las calles. . La popular plaza de los
naranjos, donde se encuentra el ayuntamiento, estaba repleta de sillas y mesas
con sus pulcros manteles y lo que me llamó poderosamente la atención fue que estaban
también llenando el centro de la misma. Sentía como si hubieran robado el
protagonismo a sus propietarios auténticos, los marbellíes, como si les
hubieran expropiado sus calles, sus
plazas, su lugar. Era una sensación
extraña que no conseguía abandonarme.
Paseamos por
el dédalo de calles, llegamos a la plaza de los naranjos, miramos algunas de
sus cartas que parecían “exclusivas”, así como la gente que allí se reunía y
paramos en un pequeño restaurante que ofrecía un menú a 10 euros. Eran ya las
14,30 así que decidimos quedarnos a comer para ganar algo de tiempo, lo que no
resultó como deseábamos ya que entre el primer y segundo plato casi hacemos la
digestión, incomprensiblemente, ya que solo siete personas estábamos comiendo. Así,
una hora después pedimos la cuenta (el
pan no entraba en el menu y nos cobraron 1 euro por cada uno de los bollitos enanos
que tomamos) para poner rumbo a Cabo
Pino o las Dunas de Artola, un espacio natural que yo tenía localizado como
posible sitio de pernocta y que el joven camarero nos confirma como un sitio
estupendo.
Aunque tenía
anotadas las coordenadas de casi una docena de posibles lugares antes de éste
(fondos de saco, aparcamientos de playa o de chiringuitos) no era cuestión de
ir uno a uno buscando, así que decidimos ir directamente a las dunas
comprobando una vez allí que el aparcamiento era amplio y que estaba a unos 50
metros de la playa por lo que decidimos quedarnos. No obstante nos acercamos a
una autocaravana que estaba estacionada para preguntar, pero resultó estar
habitada por una familia argentina que
la había alquilado para recorrer hasta el 2 de enero (restaban tan solo 4 días)
Granada, Málaga, Murcia, y lo que hubiera por medio, y claro me entró la risa
“floja” y no pude por menos que comentarles que era poco tiempo para ese
recorrido ante lo que afirmaron que sólo pretendían “tomar contacto” y que esta
forma de viajar les había fascinado por la independencia y libertad y que
repetirían la experiencia.
Tras esta
breve conversación nos acercamos a
descubrir la playa.
Unas pasarelas de madera que protegían las dunas nos acercaron a ella. A nuestra izquierda dejamos una torre del siglo XVI hasta acceder a una solitaria y salvaje playa por la que paseamos buscando conchas hasta donde comenzó una zona de chalets.
Unas pasarelas de madera que protegían las dunas nos acercaron a ella. A nuestra izquierda dejamos una torre del siglo XVI hasta acceder a una solitaria y salvaje playa por la que paseamos buscando conchas hasta donde comenzó una zona de chalets.
De regreso,
nuestros vecinos argentinos se habían ido. Alrededor de las 18,00 horas regresé
sola a la playa para contemplar la puesta de sol, lo que no pude hacer ya que
las nubes me lo impidieron. Le comenté
entonces a Angel el “ir y venir” continuo de coches que después del
aparcamiento seguían por un camino. Pensé que serían parejitas pero me corrigió
y me dijo que eran coches ocupados por un solo hombre. De cualquier modo, sean parejitas hetero, homo o personas
solitarias, decidimos apartarnos del camino y buscar un rincón discreto y tranquilo en el aparcamiento, donde estamos ahora, cuando la
noche ya ha caído y la oscuridad nos rodea, aunque nos sentimos protegidos aquí
dentro, en nuestra especial “burbuja”.
Nos acostamos,
yo con la idea de contemplar a la mañana siguiente el amanecer sobre el mar.
Confieso que desde Rodalquilar, hace ya tres años, me he hecho una “adicta” a este espectáculo de luz y color gratuito y casi se ha convertido en un rito. Y así lo hice.
Amanecía a las 8,30 así que me abrigué y me dirigí a la playa. Había elegido un rincón con un grupo de palmeras en primer plano, pero observe por la claridad, que desde allí no iba a poder disfrutarlo, ya que el lejano espigón del faro me lo iba a impedir por lo que tendría que “adentrarme” en el mar por otro espigón que había en la misma playa y así lo hice.
Y como todos
los días, se repite el milagro de la luz, primero tímida, rojiza, luego va cambiando
de color, al anaranjado, dorado, amarillo, hasta que de pronto el disco dorado,
que luego se convierte en blanco, emerge en toda su magnitud desde las
profundidades del mar iluminándolo todo, pintando de color y de vida todo lo
que mágicamente roza con sus rayos.
Toda una belleza. Medio satisfecha, regresé a la autocaravana, desayunamos y emprendimos el regreso a casa donde llegamos al anochecer.
Confieso que desde Rodalquilar, hace ya tres años, me he hecho una “adicta” a este espectáculo de luz y color gratuito y casi se ha convertido en un rito. Y así lo hice.
Amanecía a las 8,30 así que me abrigué y me dirigí a la playa. Había elegido un rincón con un grupo de palmeras en primer plano, pero observe por la claridad, que desde allí no iba a poder disfrutarlo, ya que el lejano espigón del faro me lo iba a impedir por lo que tendría que “adentrarme” en el mar por otro espigón que había en la misma playa y así lo hice.
Toda una belleza. Medio satisfecha, regresé a la autocaravana, desayunamos y emprendimos el regreso a casa donde llegamos al anochecer.